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El orangután en las redes

Al más allá.

Al más allá. Mi corazón latía demasiado, parecía que iba a salirse. Así sentí cuando la vi de nueva cuenta. Sí, la mujer que se había llevado toda mi felicidad en tan poco tiempo pasaba a esas altas horas de la noche frente a mi casa del brazo de un tipo, que bien pudiera decírsele, de su calaña.

Ella lucía un vestido corto y de color blanco, el cual resaltaba su cuerpo monumental, llevaba los ojos delineados de blanco y unos zapatos de tacón enormes que le hacían verse más alta que su acompañante. Él, portaba un traje sastre color negro que hacia juego con la corbata roja de rayas blancas y, cargaba en el brazo izquierdo la bolsa de su amada.

Quise esconderme, y obvia mí huida, la saludé. Gámery, vanidosa y despampanante me echó una mirada de arriba a bajo acompañada de una sonrisita hipócrita. ¡Idiota! --me dije-- en cuanto siguieron su camino y yo entré a mi casa rumbo a la recámara que me vio crecer.

Arrojándome a mi vieja cama, pues hacia dos años que no dormía allí, grité de coraje. ¿Creíste que te saludaría después de tiempo? ¡Imposible!. Impaciente, puse música, necesitaba relajarme después de tan impactante impresión.

Con el ánimo estable observé mi cuarto; fulguraba descuidado a pesar de que el color azul, del cual estaba pintado, era muy tenue; parte de ello provocado por los arrancones de fotografías que alguna vez fueron pegados en toda la pared, pues, si prestabas atención, restos de masking tape seguían impregnados en ella.

Reí y a la vez recordé mi dolor; esta vez no me sentía mal, eso prometí y cumplí. Tiempo no podría recuperar, de eso estaba consciente. En cambio, mi vida sí, misma, que la mujer del brazo del tipo se llevó en un lapso.

Había hecho mal en saludarla o quizás fue un acto heroico de mi parte. Mi conciencia estaba tranquila, Gámery ya no significaba nada… simplemente ya no existiría para mí. Podía irse al mas allá si lo quisiera, todo lo que tuviera que ver con ella no me preocupaba en lo más mínimo.

Pasaron semanas y los encuentros empezaron a hacerse constantes. Acrecentándose cuando el ignorarla se puso de por medio. Siempre que por las tardes regresaba del trabajo ella se posaba frente a mí acompañada del mismo hombre y, en ocasiones, otros. Todos cómplices de su furtivo ardor. Furtivo, al notar que cada que le rechazaba, más hacia hasta lo imposible por que la mirase.

Gámery, dejó de usar vestidos de colores pasteles y pasó a los vivos rápidamente, podría decirse que todos le miraban menos yo. Su vida ya no era mi problema, aunque no niego que mi mente imaginó que en cuanto le diera el lugar que suplicaba a gritos, dejaría a cualquiera de sus acompañantes.

Siendo otra la intención, no volvería a seguir su juego: perder amigos, pelear con mi familia, gastar en cientos de regalos y no recibir nada a cambio, no valía la pena.

Indudablemente, durante los dos años en que me alejé conocí a Mireya: sencilla, sincera y desinteresada, quien se convirtió en mi amiga y ahora: mi novia. Me quería por mi persona, no por la apariencia y por lo que pudiera tener y ofrecerle. ¿Porqué desperdiciar tan valiosa persona en alguien que no valía nada?...

Así siguió aquella mujer. Yo continué mi vida, ella hundió la suya, al menos eso creo cuando voy con Mireya y le noto esconderse entre sus 7 hijos de cuales padres nadie se ha hecho responsable…

Escrito por: Lyz Reséndiz.